Érase
una vez un chico... pongamos que se llamaba... Ninguen, Ninguen era
un chico guapo, moreno, con ojos bonitos, delgado, era el chico que
cualquier chica hubiera deseado. Pero a ese chico le faltaba algo...
había algo en el... o mejor dicho, la ausencia de algo en él que
hacía que la gente no quisiera nada con el, (o al menos eso creía
Ninguen). Y por eso el chico estaba siempre triste y deprimido.
Sin
embargo, un día, mientras iba en el metro, topó con unos ojos
verdes... Los ojos de una chica, los vio de refilón, un segundo y
después desaparecieron por entre el bullicio de una típica mañana
en el metro. Eran unos ojos grandes y verdes, pero esos ojos no
pertenecían a nadie.
Aquellos
ojos hicieron que el mundo se parara un momento para el, sus ojos se
iluminaron y de su boca salió un amago de sonrisa, aquel día
alguien le pasó una nota en clase, alguien le pidió un boli y hasta
levantó dos veces la mano en clase.
Al
dia siguiente, por supuesto, Ninguen no esperaba volver a encontrar
aquellos ojos verdes, y eso de alguna manera le hacía sentirse
triste, aquel día llovía, y las gotas de agua golpeaban su sudadera
la cual guarecía a nuestro amigo y a su mundo en forma de música.
Al bajar por las escaleras del metro chocó con una chica pelirroja,
era ella, era bajita, de pelo largo, blanquita, pecosa y con la nariz
respingona. En el acto Ninguen se paró, se quitó los auriculares y
mientras pedía perdón por su torpeza ayudaba a la chica a recoger
los papeles que fruto de su torpeza habían acabado esparramados por
el suelo, cuando estuvo todo recogido ambos levantaron sus
miradas, los ojos de ella lloraban sin
lágrimas, los de el reflejaban un mudo llanto, los de el marrones,
los de ella verdes, de repente el mundo se paró, todo el mundo se
quedó estático, brindándoles a ellos el segundo mas largo de toda
su vida para contemplar los ojos del otro. En ese segundo
los ojos de ambos comenzaron a descongelarse, dejaron de llorar en un
sordo llanto y pasaron a sonreír, ambos sonrieron como nunca lo
habían hecho, de repente el mundo volvió a seguir su curso normal y
aquel eterno segundo llegó a su fin.
Ninguen
volvió a su mundo en forma de música y ella siguió su camino,
cuando nuestro amigo metió la mano en el bolsillo de su sudadera en
busca de su reproductor de música encontró junto a el un trozo de
papel medio arrugado en el que ponía ''Naiden'' y por detrás un
número de teléfono. Aquel papelito hizo sonreír de nuevo a
Ninguen, por segunda vez aquel día, y el recuerdo de aquellos ojos
verdes mantuvieron esa sonrisa todo el día. Al terminar las clases,
de camino a casa cogió si móvil y le mandó un sms: ''Creo que te
dejaste un papelito esta mañana en mi sudadera'', al poco recibió
respuesta: ''oh, lo siento, me gustaría recuperarlo te espero hoy a
media tarde en la cafetería frente a la boca de metro'' a lo que el
respondió... ''Allí estaré''
Aquel
día fue el inicio de una gran amistad, una amistad inquebrantable,
una amistad forjada por dos desconocidos que un día se chocaron en
el metro. Una amistad que comenzó con un capuccino a media tarde.
Lo
que Ninguen no supo hasta pasados 5 años desde el día que la
conoció era que ella le había estado buscando desde mucho antes de
que él viera por primera vez sus ojos verdes, que ella siempre tuvo
ese papel preparado para ese choque, que ella aún sin saber quien
era siempre quiso hacerle sonreír.
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